Semana Santa Rural, Pachacamac
Jueves Santo en la tarde, me envolví con mis ilusiones y mis temores, era la primera vez que salía de mi zona parroquial, mas de 15 años participando en la semana santa en la parroquia de mi barrio, con tantas experiencias vividas, miles de anécdotas, cientos de jóvenes que pasaron por mis ojos que escenificaban la pasión del Señor… Agarré la cámara filmadora y le di un “hasta pronto” a mis viejos, -“¡regreso el sábado!”- fue mi ultima frase de jueves santo en mi barrio. Me iba a embarcar en una travesía santa, me iba a la única parroquia totalmente rural que tiene nuestra diócesis, al distrito de Pachacamac.
Como siempre, con los 5 sentidos bien vivarachos porque los amigos de lo ajeno hacían de las suyas en las carreteras, tomé la primera combi, y me enrumbé a pasar un fin de semana que, en verdad, fue una luz de resurrección. Al llegar al cruce de la antigua panamericana sur, con la entrada de Pachacamac, me sentí como un turista perdido, no sabía qué carro tomar para poder ingresar a la turística y gastronómica Pachacamac. Menos mal que un mototaxista se compadeció de mi y me dio una lección de amabilidad y de respeto, me dijo qué movilidad tomar para que no me hagan el “Cholito”, buen indicio de que mi viaje no iba a ser aburrido.
Tomé el carro y mientras entraba a las entrañas de este distrito que solo conocía de nombre, veía el verde andino que bañaba la pista negra, mis ojos saltaban al ver animales vacunos (en un momento pensé que ya estaba en la sierra, pero no, la realidad me dio un pellizcón: “estás en Lima, en la Diócesis de Lurín”.
-“Baja plaza, Señor, ya llegó a Pachacamac, allá está la parroquia”. Esta frase retumbó en mis oídos y me bajó de un sopapo de la combi. Me dirigí a cumplir mi misión, filmar y tomar fotos del jueves y del viernes santo y observar todo el acontecer religioso en el único distrito que hay en la Lima metropolitana que todavía conserva indicios de ruralidad y de costumbres ancestrales.
El primer saludo fue la pasividad de las calles, sentí el apretón de manos de la tranquilidad de la gente, eran las 5 de la tarde. Llegué a la plaza principal y me asombré al ver gente conversando qué iban a hacer para la cena o cómo se iban a reunir toda la familia para poder almorzar en el viernes santo. Mi memoria filmó que todavía quedan las ganas de pasar en familia y conversar hasta lo que hace el gua gua de la familia. Eso sí que se está extinguiendo en la sociedad que es consumida y tragada por la premura del tiempo, los sobresaltos de la economía y los “faenones” de nuestros gobernantes.
Me recibió la inmensidad del templo “Santísimo Salvador” y unos chicos de la parroquia me dieron el dato de cómo ubicar al Párroco. Veía que unos chicos con capuchas blancas que les cubrían el rostro iban de un lado a otro,. Estos chicos -y no tan chicos- eran integrantes de la hermandad de Caballeros de la Sagrada Pasión de Pachacamac. Esta hermandad, a fines del Siglo XIX, se organizaba para la realización de las Festividades de Semana Santa -una Festividad donde todo el pueblo participaba-. Al terminar la festividad se nombraba nuevos Mayordomos.
Estos muchachos estaban vestidos de blanco y negro, lo curioso era que tenían el rostro cubierto y al atuendo le llamaban cucurucho; también llevaban espadas. Me sentí como en la etapa colonial, que tenía al frente a chicos que mantenían la costumbre de sus antepasados.
Ese jueves en la noche pasé la “vigilia”, pero lo anecdótico era que estos chicos, que eran “los aspirantes”, resguardaban la custodia, toda la noche, pregonando salmos y cánticos. Me contaron que ellos estaban de ayuno desde el inicio del día y así se iban a mantener hasta la resurrección del Señor, era como su penitencia. Para mi eso era un gran sacrificio que no entraba en mi stándard de penitencia, pero ellos lo hacían con un gran fervor. Parecía que ya había retrocedido al siglo XIX.
A las 5 de la mañana me embarqué a las laderas del distrito de Lurín. Iban a realizar una vía crucis a las 6, cosa extraña para mi, que me había acostumbrado a realizarlo en la tarde. Llegue al albergue “Juan Pablo II”, esperé que llegara la procesión y vi señoras, señores, jóvenes y niños, llegar cantando para encaminar la vía crucis hasta llegar al monumento del padre José Walijewski. La procesión fue corta pero ver desde esa perspectiva la fusión y el abrazo que se dan la playa sureña con las chacras costeñas, las casas no modernas de los lurinenses, fue una imagen que me decía “esta es tu gente, este es la población que quiere escuchar de Dios”.
En el recorrido vi jugar con la arena desértica a dos niños despreocupados, supongo que el padre Walijewski reía con ellos y les decía al oído “jueguen, sigan jugando, que el Señor esta con ustedes”. Ver a estos niños me demostró que nosotros los adultos sí que nos hacemos un mundo agobiante, esclavizante, de opresión y que nos acostumbramos a ello; ver a estos niños que disfrutan del tiempo, disfrutan de las caricias de la naturaleza, me hacía el mea culpa general, porque les estamos dejando en herencia un planeta con cáncer terminal, menos mal que ellos no saben de Copenhage, si no tendría que ir de rodillas y pedirles perdón diciéndoles: “Perdónennos porque sí sabemos lo que hacemos”.
Regresé a Pachacamac, no sin antes tomar un significativo desayuno penitencial con los lugareños de Lurín. Llegué al templo y seguía viendo a los penitentes de la hermandad, fieles a la custodia; no la dejaban de resguardar. Yo pensaba: ¿aguantarán estos chicos la procesión de la Vía Crucis? Si yo en mi barrio hacía descansar a los chicos, para que no se me agotaran,… pero estos penitentes, a solo agua ya por un día y medio, tenía que verlo para creerlo, me parecía al apóstol Tomás: tenia que tocar y ver para creer.
Regresé a Pachacamac, no sin antes tomar un significativo desayuno penitencial con los lugareños de Lurín. Llegué al templo y seguía viendo a los penitentes de la hermandad, fieles a la custodia; no la dejaban de resguardar. Yo pensaba: ¿aguantarán estos chicos la procesión de la Vía Crucis? Si yo en mi barrio hacía descansar a los chicos, para que no se me agotaran,… pero estos penitentes, a solo agua ya por un día y medio, tenía que verlo para creerlo, me parecía al apóstol Tomás: tenia que tocar y ver para creer.
Eran las 11 de la mañana ya la gente se aglomeraba en una plaza, en las afueras de la plaza mayor de Lurín. Pero dentro del templo, mientras la gente oraba, pasó algo curioso: el choque de dos estilos de ver el mundo actual. Llegó una guía turística con una veintena de turistas nacionales y extranjeros, que ¡viva el comercio!, los flashes rebotaban en las caras de los penitentes, perturbaba solapadamente a las personas que estaban en reflexión, hasta yo que soy comunicador me perturbé. En oración les decía: “¿no ven que están en la casa del Señor? Dejen orar por ustedes, ¡no somos parte de la arquitectura turística, respeten!”. Eso fue una cachetada del mundo del consumismo y comercial, que todo lo ve negocio, al mundo de costumbres que ahora se le ve con los ojos del billete y no con el corazón del respeto al creyente que es persona.
“¿¿¿Salieron los penitentes en busca del Señor???” “¿Qué cosa?”, les dije a los organizadores de la vía crucis, “¿¿¿que Jesús se escapó??? Eso no esta en la biblia” Pero me explicaron a mi mente estandarizada: es una “costumbre” de nuestro pueblo, que una familia dé cobijo a Jesús en su casa, es una costumbre de años, los penitentes van a la casa y la ponen “patas arriba”, hasta encontrarlo, ya que la familia lo esconde. Encendí mi memoria, mi cámara filmadora y de yapa la fotográfica también, no quería perder nada de este ritual rural, parecía que Dios y su hijo confabulado con el espíritu santo, querían que no perdiera ninguna imagen de esta aventura santa. Me pareció escuchar que me decían “mira a tus hermanos y anúncialo a los demás”. Y dije: “Como tú digas”.
Salió Jesús de la casa resguardo por los penitentes, yo no creía que ellos llegaran al final de la faena, al ver sus cucuruchos choreando sudor, ver sus narices buscando el oxígeno que les pedía el cuerpo. Me decía: “uno mínimo tira la toalla”. Caso error.
En la plaza les esperaba Pilatos, rodeado de restaurantes turísticos, combis gritando “Lurín Playa ‘alias Juerga’”; mototaxis burlándose de las señalizaciones peatonales, en eso sí que nos copiaron a los limeños. Pilatos sí que estaba en su pueblo.
Jesús llego al juicio, sentí mis pies ardiendo de calor, la pista de asfalto quemaba, agaché la cabeza, mis ojos hicieron un zoom a los pies de “Jesús”: ¡estaba descalzo!, no salía de mi asombro de estos ritos, pregunté solapadamente al organizador, por qué no le ponen una sandalia al muchacho, me dijeron que el así lo pidió. Al verlo, me avergoncé nuevamente, yo teniendo una comodidad me quejo; fui en ese instante parte de la gente que se queja de todo, solo viéndose así misma, quejándose de sus desgracias, sin ver a su alrededor, que hay gente que tiene menos que ellos y aceptan su realidad pero no se quejan, sino caminan, luchan, pujan. Ya mi cara estaba roja de tantas vergüenzas.
La procesión santa prosiguió, los y las chicas de la parroquia personificaban lo mejor que podían, varios de ellos también iban descalzos: “María” seguía a su gua gua cumpliendo su misión, Dios con sus brazos calurosos abrazaba a su hijo, que era acompañado de Feligreses, turistas que no se cansaban de tomar fotos de los mejores ángulos artísticos. “Jesús” también era acompañado por miradas burlonas de personas que piensan que estas escenificaciones son estúpidas y fuera de época, que la religiosidad ya pasó de moda, y que los que actúan se están perdiendo de lo mejor de un fin de semana largo… Mostraban irreverentemente sus botellas llenas de cebada liquida, diciéndonos “ese lúpulo no pasa”, menos mal que eran una minoría, ya que muchos seguían a “Jesús” cantando desafinadamente, pero hacían el intento. Otros ponían cartones en el camino para así amenguar en algo el ardor de los pecados ajenos. Yo y mis cámaras no nos cansábamos, seguíamos peleando con el sudor y el calor, ellos no nos podían hacer caer, Jesús cayó con su cruz de más de 80 kilos, pero yo no me iba a caer con algo que no pesa. Simon de Cirine me dice: “aguanta que ya llegas a tu destino”. Seguí con mi cruz tecnológica en “Rec” y me decía a mí mismo: ¡avanza!.
En las afueras de Pachacamac, el valle nos recibió con su viento fresco y con letreros de lotes vendidos (varias parcelas ya estaban vendidas para futuras casas de gente “gringa”). Llega la modernidad, se van las chacras de frutas. En esa realidad Jesús fue crucificado, parecía una imagen de una muerte anunciada. Y no culpo a los pobladores, el caníbal mercado de la oferta y la demanda, canibaliza el precio y gana el mas fuerte. Ante la necesidad de vivir, se tiene que vender hasta lo que antes daba de comer. Ley de mercado, dicen personas con corbata.
Jesús murió gritando, y dialogando con uno de los malhechores, sobre su arrepentimiento antes de su ultimo suspiro en este mundo terrenal. Al ver esa imagen, se me escalofrió el cuerpo al imaginarme en esa escena a los hombres pidiendo perdón, porque sabemos lo que hacemos con el planeta, y nos arrepentimos…pero recién al final de la vida, que sería la muerte de nuestro planeta, qué miedo.
Me comentaron por qué la vestimenta de los penitentes: dice la historia que antiguamente a la muerte de Jesús, los demonios salían a hacer de las suyas en el pueblo; entonces unos hombres, cansados de tantas injusticias, enfrentaron a los demonios, se pusieron la manta de las señoras que hacían oración, empuñaron la espada hecha en metal de plata, para poder hacer frente a los demonios y, para que ellos no reconocieran a los justicieros, los varones se cubrían el rostro con una mascara blanca. Así cuenta la historia. (¿cuántos ahora enfrentaríamos a los demonios -corrupción, coimas, faenones, abuso al pobre…- y les haríamos frente? ojala que varios fiscales jueces y gobernantes tomaran este ejemplo, oremos con bastante fe).
Acabó la escenificación, caminé a la parroquia con la invitación de algunos jóvenes, de que me quede para la noche. Desde el fondo de mi corazón les tuve que decir que no podía: tenía que cumplir mi recorrido y regresar a mi barrio. Tenia que “cubrir” otros eventos -gajes del oficio e ironías del destino-, me iba directo a observar la representación de la ópera rock Jesucristo Super Star en la parroquia S. Gabriel Arcángel en Villa María del Triunfo, donde el mestizaje y la globalización campean. Tenía que cambiar mi “chip” para encajarlo e integrarlo…
Sacando mis conclusiones, el viaje A Pachacamac me marcó en varias formas: una es el de ver jóvenes que mantienen las costumbres de sus padres, que todavía estando en el siglo XXI, donde la tradición ya es parte del paquete turístico, ellos todavía tienen la alegría y la emoción de ponerse capas, cucuruchos y espadas en mano, tener un ayuno de tres días, en este mundo juvenil donde el ayuno es remplazado por la resaca de la borrachera de jueves santo.
Segunda experiencia, vi otra realidad completamente distinta a la mía a la vuelta de la esquina, a una hora y media de mi casa: ver que todavía hay familias caminando y conversando con la naturaleza… ¡me saqué la venda de la ignorancia territorial!
Tercera, como comunicador quedé con la miel en los labios, la tranquilidad que en varios momentos respiré, era el aliento en continuar mi labor de informar y formar a las nuevas generaciones de jóvenes, comunicarles que hay un Dios que caminó con la gente común y corriente, que murió en cruz diciéndonos que la igualdad y la justicia se defienden sin titubeos, con la verdad a flor de piel y denunciando las injusticias, sin agachar el rostro.
Tome mi carro y dije “¡volveré!”. Esa fue mi ultima frase en este barrio al sur de la Lima Cosmopolita. Llevo todo filmado, llevo mas de un centenar de fotos, llevo la energía espiritual de seguir el camino. Miré por la ventana y veía que se quedaba a lo lejos el “ande limeño”. “Bajan los que van a Lima”. Fue el grito que me sacó de mi viaje al pasado; bajé y me choqué con una culebra de combis y cousters, camionetas y autos que venían de “sus” semanas santas en las arenas del mar. La procesión era larga. Otro mundo. (Angel Ramos)
la verdad que te contare que los que ecenifican son unos ipocritas qe de ellos sale la malcriades ,pues que te digan aveces en plena procesion van insultandose o faltandose el respeto y el sabado gloria ni hablar los vas aver a todos chupando en las discotecas vaya costumbres,la gente no va por ver a un cristo que dio la vida por nosotros van viendo con que ropa salio el vecino o si el jeen les queda bonito o van en busqueda de caceria mirandose y no poniendo atencion a el verdaderi significado pues como dicen ese teatrito ya lo conosco de año en año , para variar el cristo que ecenifica es mas pecador y cara dura, no se les refleja la mistica de lo hacen.
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